• Prueba en viaje Honda Scoopy 300

    Honda Scoopy SH 300

    PRUEBA EN VIAJE HONDA SCOOPY 300

    4.000 KMS EN SCOOPY EN 4 DÍAS
    (o tratado sobre la evolución de los dolores cuando llevas muuuuchas horas sobre la moto)

    Esta mañana me encontraba entre medio depre, atocinado, estresado, pesimista y aburrido. De repente tengo la genial idea de darme un pinocho curioso: ¿qué tal conocer el circuito de Assen en pleno GP y de paso hacer unos cuantos kilómetros para quitarme la abulia?
    Dicho y hecho. Aprovechando que el fin de semana son las carreras, si además le robo otro día y medio a mi trabajo, como hoy es miércoles, me da tiempo si salgo mañana. Así que preparo mapas y equipaje en cero coma y cojo carretera y manta rumbo al norte.

    CRÓNICA DEL VIAJE

    Jueves 28 de junio 2012.
    7:30, salida desde Pozuelo (Madrid). Cielo despejado, buena temperatura, algo de fresco. Me sorprende el atasco en la M40 en dirección a la A1; no es mi hora ni mi recorrido habitual. Afortunadamente ¡voy en moto!
    8:00, parada en el Molar a repostar y tomar un café. Hace más frío del que esperaba. Me doy cuenta del error que he cometido al elegir una cazadora ventilada, veraniega. De momento sigo con ella y los finos guantes de verano. Y con la euforia propia del viaje recién comenzado. Mi scooter es fantástico, me voy a comer el mundo.
    10:20, parada en Burgos para repostar. Buen tiempo, aunque sigue haciendo fresco. Hay bastantes coches de frente cargados de equipaje; caigo en la cuenta que este fin de semana es operación salida para los que toman vacaciones en julio, que en Francia, Bélgica y Holanda son legión. Cuando vuelva probablemente encontraré bastante tráfico, de todos los que van de norte a sur, o sea, la mayoría.
    12:30. Parada en San Sebastián. Echo gasolina y tomo un zumo de fruta. Preparado para pasar la frontera. Está nublado, con mucha humedad y, según me cuentan, ayer cayó una buena tormenta. Me pongo los guantes de invierno, un cortavientos debajo de la cazadora y la parte de arriba del traje de agua. Analizo mis pensamientos. Cuando llevas varias horas en moto, tú solo, sin comunicarte con nadie, la mente se dispersa y los pensamientos vuelan, te recreas en mil cosas, aunque siempre en función de lo que vas percibiendo físicamente: si estás cómodo te sientes feliz; si pasas dificultades o te encuentras más cansado te vuelves menos optimista. Una vez más reflexiono sobre las sensaciones que me produce montar en moto, de manera genérica. Éstas, aunque ya es casi un tópico, son muy distintas a las que sientes en coche. Pasas de ser observador a ser actor, de ser espectador a protagonista. Estar a la intemperie, en contacto directo con el medio, percibiendo directamente los olores, el viento, el frío, el calor, la lluvia, etc., hace que participes de forma activa con tu entorno, con la carretera y todo lo que te rodea, estás inmerso en el universo y sientes que formas parte de él, encajas en el mundo, eres real. No estás viendo una película del paisaje, ahí cómodamente sentado en la butaca de tu coche. Estás dentro del escenario y diriges tu propio guión. Incluso la forma en que conduces la moto es un reflejo de tu personalidad y estado de ánimo: puedes ser brusco o suave, nervioso o tranquilo, exigente o conformista, pero siempre observarás las reacciones de tu máquina de forma directa. Tus movimientos encima de la moto se convierten inmediatamente en una reacción por su parte, notas todo tu cuerpo integrado en ella, percibes esa unión, sois un conjunto en armonía…. Bueno, dejo de volar y me concentro, sigo pendiente de la autonomía, el tráfico, el itinerario, la climatología, la postura de mi espalda, etc.

    14:40, repostaje de gasolina y del conductor, a 50 kms de Burdeos, pasados unos 150 de la frontera. Apenas me ha chispeado un poco. Tomo un bocata caliente. La gasolina es más cara que en España, está a 1,64 el litro.
    16:45, me paro en un área de descanso cerca de Saints, para ponerme el pantalón del traje de agua por si acaso, está medio chispeando.
    17:30 parada en Saint Savinien, ya en la autopista A10, que me llevará hasta París. Repostaje. Me siento como Forrest Gump. Llevo 10 horas de viaje, con paradas cortas y el cansancio empieza a pasar factura, no sólo físicamente, también la mente se empieza a saturar y aparecen los pensamientos negativos, con mensajes del tipo: ¿qué coño estoy haciendo aquí, todo el puñetero día encima de un scooter? ¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué pasa con mi coeficiente intelectual? Los dolores en la espalda van pasando de una leve sensación de cansancio en la zona media a una lumbalgia relativamente fuerte, llegando a un agudo dolor de cervicales, bien localizado entre las vértebras. Afortunadamente me acuerdo de aplicar las enseñanzas adquiridas en mis clases de yoga (¡gracias Eugenia y Pedro!) y, ayudándome con una respiración controlada, estiro la espalda, alargando la columna, adoptando posturas poco ortodoxas desde el punto de vista motero, pero que me producen alivio de forma inmediata.
    19:45, repostaje pasado Poitiers. Aprovecho para tomar una bebida isotónica y unas galletas. Me quedan pocos kilómetros para París, donde ya tengo tomada la decisión de hacer noche.
    22:00, parada con repostaje llegando a París, a unos 50 kms. Hasta ahora no me ha llegado a llover, he tenido suerte. Me centro en buscar un hotel en París, preferentemente ya en la salida de la A1 hacia el norte, que es por donde seguiré mañana el viaje en dirección a Bruselas, pues además está junto al aeropuerto De Gaulle y seguro que encontraré hotel fácilmente. Me pierdo un poco en la circunvalación parisina tipo M-30 y rodeo por el oeste, en lugar del este; pero rápido me salgo y busco un camino alternativo, cruzando por el centro-sur de la ciudad, hasta dar otra vez con la circunvalación este. Cuando llego a la salida de la A1 resulta que ¡está cortada! Me meto en el casco urbano y rápido pillo un hotel, de una de esas cadenas modernas, bastante feo. Me dan la última habitación disponible, al menos eso me cuenta el recepcionista. 67 pavos con desayuno. El aprovechamiento del espacio en París es sorprendente: cómo en un receptáculo de escasos 8 metros cuadrados pueden encajar los muebles, ducha, lavabo, inodoro, etc. Son más de las 11 de la noche, estoy muerto. He hecho 1.300,2 kms desde la salida. Por un lado sigo ilusionado con continuar el viaje, pero por otro me entran ganas de claudicar y volverme mañana mismo. Estoy tan cansado que caigo en la cama y me quedo sopa al momento.

    Viernes 29
    Al levantarme observo con preocupación que está lloviendo. Pero del desánimo de anoche, fruto del agotamiento, no queda ni el recuerdo. Desayuno y salgo a las 8:00, buscando la salida hacia la A1. La encuentro enseguida.
    09:40 repostaje ya en el desvío de la A2, pasados 150 kms de París y a 150 de Bruselas, más o menos. Llueve bastante, pero nada en comparación con el diluvio que me espera poco después. En las cercanías de Bruselas tengo serias dificultades para adelantar a los camiones, debido tanto a las rachas de viento que me descolocan como a la cortina de agua que despiden y que me dejan con poquísima visibilidad. Tengo menos visión que los analistas del Fondo Monetario Internacional. En estos momentos te acuerdas hasta de tus propios ascendentes: ¡con lo bien que iría aquí en coche!
    13:30. Me coloco mal en la circunvalación de Antwerpen (Amberes) y tengo que dar un buen rodeo, estando a punto de quedarme sin gasolina. Al final encuentro una estación de servicio. En Bélgica éstas son de prepago, por lo que no puedo llenar a tope. Hago una estimación y echo 12 € (7,31 l). Está prácticamente al mismo precio que en Francia, 1,65 € por litro. Me como un sándwich y me enrollo con unos moteros ingleses, que han venido atravesando por el Eurotúnel. Van en una CBR 1100 XX y una Shiver. Al contarles cuál era mi punto de origen y ver mi moto se ponen a señalarla y exclamar, entre admiración y cachondeo; uno de ellos me hace reverencias. Yo protesto, argumentando que mi pequeño Scoopy es bastante más cómodo que sus motos. Ya hace tiempo que ha dejado de llover, incluso está soleado, pero tengo los guantes de invierno chorreando, así que continúo con los de verano. Salgo con nuevas energías y la moral a tope, ya se nota el ambiente motero y estamos cerca del destino.
    14:00, atasco en la A28. Muchas motos camino de Assen. Los moteros holandeses son muy prudentes, circulan muy tranquis entre las filas de coches parados. Los voy adelantando y me ceden el paso gentilmente. Me siento un poco macarra latino, pero es que me ponen un poco nervioso, tan civilizados ellos.
    15:50, Paro a echar gasolina. Me faltan unos 80 kms para Assen y comienzo la búsqueda de hotel, pues sé que más cerca estará todo completo, salvo que me aloje en uno muy caro, lo cual no me hace especial ilusión. O sea, que no estoy por la labor.
    16:30, Después de varios intentos encuentro un hotel en Zwolle, preciosa ciudad típica holandesa. Me sale algo caro, pero merece la pena. Estoy menos cansado que ayer, aunque me tienta la cama. Supero el momento de debilidad y me espabilo un poco. Subo de nuevo a mi Scoopy y me dirijo a Assen. Por fin voy a ver el circuito y sus alrededores. El famoso ambiente motero-cervecero de “la catedral” del motociclismo. Entro al circuito, no tengo que pagar entrada, pues los entrenamientos clasificatorios ya han terminado. Están rodando una motos de Super Sport y me impresiona lo cerca que las veo y al ritmo que van. ¿Cómo pueden entrar a esa velocidad en la curva de final de recta? ¡Siguen frenando a tope con la moto totalmente inclinada! Increíble. Compro un par de recuerdos del TT y me doy un garbeo por el pueblo. El centro está cortado. Recorro las zonas de acampada libre para husmear un poco. El ambiente es muy diferente al de Jerez. La gente bebe cerveza sin parar y están de fiesta, pero son infinitamente más civilizados. Estamos en Europa.

     

    21:00. Vuelvo a Zwolle, ceno en una terraza muy agradable. Lleno el depósito y me voy al hotel. Se nota que estamos bastante al norte, a las 11 de la noche aún hay claridad. Me cuesta un poco conciliar el sueño. Hoy he hecho (hemos hecho mi pequeño Scoopy y yo) 771,5 kms. Hago unos ejercicios de yoga para desentumecer mi maltrecha espalda y me voy al sobre. Mañana empezaré a deshacer el camino.

     

    Sábado 30.
    El desayuno del hotel es de los de verdad. Hay absolutamente de todo. Después del pequeño homenaje emprendo el camino de vuelta. Son las 8:30. Hace buen día, algo nublado, pero sin amenaza de lluvia.
    09:45. Atasco en Utrecht por obras. Me da corte circular por el arcén y voy prudentemente entre las filas de coches, muy despacio.
    11:00. Parada para repostar pasado Antwerpen, a unos 30 kms de Bruselas.
    13:00. Repostaje de la moto y del conductor con un zumo de frutas, ya en Francia, en la A2, a unos 150 kms de París.
    15:00. Circunvalación de París con un atasco impresionante. Aquí los moteros no se andan con tantas contemplaciones como en Holanda, pero rápidamente me mimetizo y saco mi vena macarra para ir como ellos.
    15:30, parada para echar gasolina justo pasado París, ya en la A10, a unos 40 kms. Me tomo un carísimo sándwich con un Redbull, en previsión de la larga jornada que aún me espera.
    18:00. Paro para repostar y estirar las piernas llegando a Tours.
    19:45, nuevo repostaje llegando al desvío de Limoges y un Actimel de regalo para mí. Me está subiendo el consumo de gasolina del Scoopy, no sé si por el fuerte viento del oeste que llevo desde París o porque estoy yendo algo más rápido. ¿Será el cansancio?
    21:45. Parada en Burdeos. Se está haciendo de noche, así que aprovecho el repostaje para cambiar la pantalla del caso y poner la incolora. Pero me llevo una decepción, pues resulta que la pantalla que llevo es de otro modelo, la confundí al hacer mi equipaje. Además, comienza a llover. No puedo continuar, estoy ya con pocas fuerzas y parece que las circunstancias se ponen en contra. Sé que va a resultar complicado encontrar un hotel, hoy es sábado 30 de junio, uno de los días del año con más turistas en la zona. Compro para cenar unas madalenas y un refresco en la gasolinera y me dedico a la búsqueda de hotel. Tardo casi dos horas, pero al fin encuentro una habitación libre, a las 11:30. Estoy molido, me duele la espalda, tengo inflamada “mi zona” lumbar, me tomo un Ibuprofeno. Hemos hecho en la jornada 1.177,8 kms. Hoy, ni yoga ni nada, directo al catre.

    Domingo 1 de julio
    Ha llovido, está todo mojado. La previsión del tiempo anuncia lluvias cerca de la frontera. La temperatura es bastante baja para esta época, rondarán los 10 ó 12 grados. Me pongo un jersey por primera vez en el viaje. Salgo a las 8:00.
    08:30. Se me ha metido algo en un ojo y no sale. Me paro en un área de descanso para aclarar con agua. ¡Qué alivio! Sólo llevo 30 kms recorridos.
    10:00. Parada en Biarritz para repostar. Llueve con ganas. Voy a entrar en España. Al menos, podré volver a usar mi Visa Electron y no tendré que hacer esfuerzos con el idioma para comunicarme.
    12:15. Repostaje en el desvío de Briviesca, a 40 kms de Burgos. Tomo café. Hace ya un buen trecho que ha dejado de llover.
    14:15. Justo pasado el puerto de Somosierra hago la última parada para repostar. Tomo un tentempié. Esta última etapa del viaje me resulta extraña. La certeza de mi llegada inminente me produce sensaciones dispares: por un lado tengo unas ganas terribles de llegar y terminar con el cansancio y los dolores de espalda, pero por otro me atrapa la nostalgia de una aventura que termina. Qué diferencia de clima en nuestra querida provincia de Madrid: la temperatura sube a lo bestia según nos aproximamos a la capital.
    15:30, llego a casa. Casi no me lo creo. Había pensado pasar por una estación de servicio para lavar la moto, pero no tengo ganas, estoy harto. Hoy hemos recorrido 674,9 kms. En total, en estas tres jornadas y media, el Scoopy yo hemos hecho 3.924 kms, con un consumo medio de 3,57 litros/100 kms, viajando a una velocidad de crucero de 120 kms/hora siempre que se podía, que ha sido casi siempre, exceptuando los atascos y algunas limitaciones específicas que he procurado respetar, aunque confieso que no siempre ha sido así. Mi fiel Scoopy no ha protestado en ningún momento. No ha consumido ni gota de aceite, no tiene ni un mal ruido y su funcionamiento y estado aparente es el mismo que cuando salí; es más, es el mismo que cuando lo estrené. Ahora tiene 22.562 kms en el totalizador.
    Ha sido un viaje poco común. No se puede calificar de turístico ni de trabajo; más bien podría decirse que ha sido absurdo desde el punto de vista de la mayoría de los mortales: te vas al GP de Assen, te das una paliza de kilómetros increíble y ¿ni siquiera ves la carrera? Pues sí, así es. Quería hacer un viaje distinto. No se trataba sólo de llegar a un punto concreto, sino que el recorrido en sí mismo era la meta. El concepto de viaje se transforma. No he quedado con nadie. Tampoco llevo compañía, ni reservas de hotel. La excusa es visitar el GP de Assen, pero no para ver las carreras, para eso está la tele, y que me perdonen los puristas, pero es que ya he asistido a muchas en directo y, francamente, no me van los rollos tan multitudinarios, esas colas interminables entre coches para entrar, para salir…. No. Sólo quería llegar, ver el circuito, conocer en vivo el emblemático ambiente del GP más antiguo y mítico del mundial, pero sólo por hacer el viaje, por hacer el trayecto. Si me hubieran regalado un billete de avión de ida y vuelta, con estancia en un hotel de lujo, probablemente lo hubiera aceptado, pero no es lo que buscaba. Deseaba experimentar en primera persona la soledad, el cansancio, el reto que supone la paliza de cuatro jornadas intensas y muy condensadas de moto, moto, más moto y, de propina, moto; del recorrido en moto viajando en solitario, aún con condiciones relativamente adversas. ¿Assen? Bueno, me vale. Aunque también podría haber sido cualquier otro lugar, pero me daba apuro salir hacia ninguna parte. Quedaría mal. Te preguntan ¿dónde vas? O ¿dónde has ido? Pues a ningún lado, sólo un paseo en moto de 4 días y 4.000 kms. Porque sí, porque sí.
    Elegí el camino más rápido que me proponía Google por razones obvias de tiempo. O sea, autopista a tope, mogollón de peajes, lo más rápido y también lo más aburrido. La broma se llama 131 euros en peajes, y eso que en Francia las motos pagan menos que los coches. Tanto en Bélgica como en Holanda las autopistas son freeway, gratis. Si hubiera contado con más días quizá hubiera programado un poco el camino, buscando rutas sin peajes e incluso sin autopistas; pero sin conocer el itinerario te puedes eternizar, atravesando pueblos, glorietas, más pueblos y más glorietas. Lo más racional era tomar las de Villadiego, pasar lo más rápido posible, dentro de la ilógica racionalidad del viaje.
    ¿Por qué elegí un scooter, teniendo a mi disposición otra moto mucho más rápida e igual de cómoda? Me parecía que la velocidad de crucero iba a ser prácticamente la misma, so pena de ir rompiendo radares; por otra parte, la protección en caso de lluvia era determinante, pues mi otra moto es una naked. Y el ahorro en combustible, fundamental: hubiera gastado exactamente el doble, es decir, de 220 euros a ¡440! Sin contar con el desgaste de los otros consumibles, como neumáticos, kit de transmisión, etc. Además, el romanticismo de ir en scooter le da un valor añadido ¿verdad?
    Y es que el Scoopy es una maravilla. No despierta pasiones, ni llama la atención. Nadie gira la cabeza a su paso, no enamora a primera vista. Es discreto, silencioso, prudente. No exento de cierta elegancia, pero ajeno a las modas, intemporal. Sus valores no son estéticos, no pretende deslumbrar. Sus virtudes se descubren poco a poco, con el uso, con el tiempo. Es cómodo, práctico, fácil, económico, suave, seguro, amable, noble, muy fiable. Produce tranquilidad y sosiego, te da confianza.
    Se hace querer.
    ¿Defectos? Por supuesto, la perfección aún no se ha inventado. Es un scooter, no una moto, por lo que adolece de las limitaciones propias de aquéllos: prestaciones en relación a su cilindrada, cambio automático con variador, con sus ventajas e inconvenientes, suspensiones elementales, reparto de pesos, etc. Además, las ruedas de 16” limitan el hueco bajo el asiento por diseño, pese a sus obvias ventajas. Analizándolo como tal, como scooter, diría que se puede mejorar sobre todo en dos aspectos: protección aerodinámica en el torso y amortiguadores traseros. Uno de los defectos más importantes del Scoopy procede de la carencia un parabrisas de origen. Si le pones una pantalla, al ir instalada al manillar, aumenta considerablemente el efecto vela, quedando muy sensible al viento. Aún así, si lo utilizas en invierno, creo que es una opción recomendable. En mi caso he instalado una de tamaño medio que, creo, es la ideal, no resta tanta estabilidad y te permite ver por encima del metacrilato: a mí particularmente “me ralla” ver a través de la pantalla, especialmente cuando ya no es nueva. Por cierto, una pequeña disertación en relación al “rayado” o rallado”. Siempre he tenido la duda. Actualmente se usa el vocablo para definir multitud de estados de ánimo, todos negativos, como estar enfadado, molesto, cansado, abúlico, etc. Creo que se empezó a usar como una metáfora del disco rayado: no te rayes, refiriéndose a no te repitas tanto, y que luego ha ido extendiéndose a otras acepciones: no te preocupes, no te mosquees. Pero también podríamos pensar en rallarse con elle en su significado de romper, destruir, hacer migas. No me ralles, o sea, no me jodas, no me fastidies. Bueno, ahí queda para los eruditos de la lengua.
    Volviendo a mi valoración subjetiva sobre el Scoopy, he de añadir que el otro defecto importante, siempre desde mi criterio, es la bajísima calidad de los amortiguadores traseros. Son como agua, pero eso sí, muy duros. Resulta paradójico. Si los regulas en su posición más suave, suficiente para no hacer tope al circular sin pasajero y con mis 65 kilos de peso, se convierte en un flan, parece que no existe la amortiguación, oscila como las declaraciones de Soraya Sáez de Santamaría. Si los taras en una posición intermedia, te podrá catapultar en cualquiera de los socavones más que baches de nuestra amada Madrid y, aún así, no llevas la rueda trasera bien sujeta. ¿Solución? 250 euros y unos buenos amortiguadores de gas. La suspensión queda firme, pero no tan rebotona, puedes ajustar la precarga de muelle de forma más precisa y mejora bastante la estabilidad. También ganas en altura libre al inclinar, no vas a arrastrar tanto el caballete en las curvas. El único problema es que pone en evidencia a la horquilla delantera, pero al fin y al cabo estamos sobre un scooter ciudadano, hemos de aceptar sus limitaciones.
    Por lo demás, creo que es uno scooter muy equilibrado, quizá de los que más en su categoría de llantas de 16” del mercado, precio de compra aparte. Fiable de mecánica a tope; los frenos, que con el sistema de reparto prefijado de fábrica junto con el ABS, proporcionan una frenada segurísima y con buen tacto; el consumo de gasolina que, con una conducción suave y recorridos no muy cortos, oscila entre 3,1 y 3,3 litros/100 kms, es muy ajustado; los nuevos neumáticos Metzeler Feelfree, de estructura radial el trasero, tienen el agarre justo en seco, ojo en mojado, pero una buena carcasa, bastante firme y una duración asombrosa: llevo casi 24.000 kms con los de serie y aún tiene un dibujo bastante aceptable y, además, no se han deformado, dando confianza en la conducción, con un tacto sincero; las revisiones se deben hacer cada 6.000, pero no son caras; el hueco bajo el asiento se complementa bien con el baúl trasero; el asiento es suficientemente cómodo, tanto para el conductor como para el acompañante. La conducción en general es agradecida y fácil, las prestaciones suficientes para los desplazamientos de ciudad y alrededores, pues supera holgadamente los límites de velocidad actualmente en vigor y la aceleración es muy buena para su pequeño motor. Limpia, práctica y agradable, como buen scooter. En resumen, recomendable.

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